La cueca en la diablada: un patrimonio en riesgo

 

Por: Miguel Angel Foronda Calle

Gestor e Investigador Cultural

Mail: Lunangel.gc@gmail.com

Miembros de la Fraternidad Artística y Cultural "La Diablada" en aprestos para bailar la tradicional cueca
Foto: Miguel Angel Foronda Calle/ Archivo Lunangel


El Carnaval de Oruro es un ritual colectivo y un patrimonio vivo que, a través de múltiples lenguajes, evoca sentimientos de identidad y pertenencia. En esta constelación de rituales, fe, danzas, música y devoción, la diablada ocupa un lugar privilegiado: no solo como ícono estético y religioso, sino también como referente cultural de Bolivia ante el mundo y símbolo de nuestra bolivianidad.

En este contexto resulta oportuno recordar que cada primer domingo de octubre, según la Ley N° 764 del 30 de noviembre de 2015, se celebra el Día Nacional de la Cueca Boliviana, reconocida además como Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado. La norma resalta su “diversidad de expresiones musicales, poéticas, coreográficas y de indumentaria, para la salvaguarda de los valores culturales, tradiciones y populares, que le otorgan identidad nacional”. Una declaratoria de esta magnitud nos invita a reflexionar sobre el lugar que ocupa la cueca en nuestras prácticas festivas y, en particular, dentro del Carnaval de Oruro, proclamado por la UNESCO como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.

Una tradición con historia

La presencia de la cueca en la diablada no es improvisada ni reciente. Tiene raíces históricas que se remontan a mediados del siglo XX. En la década de 1950, la Fraternidad Artística y Cultural “La Diablada” innovó su repertorio incorporando la cueca como parte de su coreografía. El gesto fue más que un detalle: expresó el deseo de vincular la danza de los diablos, con su fuerza teatral y ritual, a un género musical que ya simbolizaba la bolivianidad.

Con el tiempo, esta práctica se consolidó y fue asumida por las demás instituciones diablezcas hasta convertirse en un sello distintivo. La interpretación del clásico “Viva mi Patria Bolivia”, del maestro Apolinar Camacho, se volvió infaltable en la jornada dominical del Carnaval. La tradición dicta que, tras esa pieza, se ejecute una segunda cueca adaptada a la identidad de cada conjunto diablezco, como la “Huérfana Virginia” en el caso de la Fraternidad, con una letra adaptada al sentimiento de los diablos del buzo blanco.

Este momento no solo anima el recorrido: es un punto de encuentro emocional. Los músicos interpretan con fervor, los danzarines despliegan orgullo y el público responde con entusiasmo. En medio del bullicio carnavalesco, la cueca genera una pausa simbólica, un instante de comunión que reafirma el vínculo entre los participantes y la nación entera, la identidad de ser boliviano o de aun siendo foráneo sentirse orgulloso de estar en esta bendita tierra. 

Identidad frente a normativa

Durante décadas, la cueca dominical de la diablada fue entendida como parte natural del Carnaval de Oruro. Sin embargo, hoy se encuentra bajo amenaza. En el Reglamento del Carnaval 2025 de la Asociación de Conjuntos del Folklore de Oruro (A.C.F.O.) se incorporó, en el Art. 31, una prohibición general a las llamadas “demostraciones coreográficas estacionarias o de retorno”. En la práctica, esta disposición vetó la ejecución de la cueca el domingo de Carnaval y es posible que dicha restricción pueda ser repetida el 2026.

La intención de la norma es comprensible: evitar retrasos en el desarrollo de la entrada. No obstante, en la realidad, la ejecución de la cueca no provoca demoras significativas. Más aún, muchas veces se realiza en momentos en que la entrada se encuentra ante un bache o retraso de conjuntos que están por delante, así, su interpretación se convierte en un recurso para mantener viva la energía del público y de los propios danzarines además de los otros aspectos ya mencionados.

La aplicación estricta de esta prohibición amenaza con borrar un elemento identitario. Se trata de un detalle que diferencia a la diablada de Oruro de las múltiples emulaciones que, dentro y fuera del país, intentan copiar la danza. En otras palabras, la cueca es uno de los elementos que hacen auténtica a la Obra Maestra y en específico a una de sus danzas icónicas.

Oso de la Diablada Ferroviaria ejecutando la cueca
Foto: Miguel Angel Foronda Calle/ Archivo Lunangel

Una tradición que no interfiere en lo devocional

Es fundamental subrayar que la cueca no interfiere en el sábado de peregrinación, jornada central dedicada a la Virgen del Socavón, en la que predomina el carácter devocional y religioso. Su práctica se concentra exclusivamente en el domingo de Carnaval, en un contexto más festivo. Además, suele realizarse de forma breve y organizada, sin alterar el flujo del recorrido ni generar los temidos “baches”.

Cabe añadir que la entrada dominical no tiene la misma magnitud que la peregrinación: participan menos danzarines porque muchos retornan a sus lugares de origen para integrarse a otras celebraciones. Lejos de ser un problema, la cueca contribuye a revitalizar una jornada más ligera en términos de participación.

Salvaguardia y transmisión del patrimonio

Lo que está en juego es la salvaguardia de una tradición consolidada. La Convención de 2003 de la UNESCO establece que los Estados y las comunidades tienen la responsabilidad de garantizar la transmisión de los patrimonios inmateriales. No se trata de congelarlos ni mucho menos de prohibirlos, sino de acompañar su evolución y asegurar que sigan vivos.

La prohibición de la cueca en la diablada iría en contra de este principio. En lugar de fortalecer la Obra Maestra, la empobrecería, debilitando un rasgo identitario que ha sido transmitido por generaciones. Proteger el patrimonio no es eliminar lo que incomoda, sino crear condiciones para que conviva con las dinámicas organizativas de las festividades.

El camino del diálogo

La salida no pasa por la supresión, sino por la regulación consensuada. La A.C.F.O., junto con ls cinco diabladas y organismos técnicos como el Comité Departamental de Etnografía y Folklore de Oruro, debería abrir un espacio de diálogo para establecer reglas claras. Una alternativa viable sería restringir la cueca en los días rituales, pero autorizarla el domingo de Carnaval bajo parámetros definidos: tiempos máximos, espacios específicos (Plaza y/o Avenida Cívica) y coordinación con la logística del recorrido.

De esta manera, se preserva la esencia de la tradición y al mismo tiempo se atienden las preocupaciones organizativas. El patrimonio cultural inmaterial vive precisamente de este equilibrio: entre la espontaneidad de la comunidad y la necesidad de orden en las grandes celebraciones.

Músicos de la Banda Real Imperial bailando la cueca al acompañar a la Diablada Artística Urus
Foto: Miguel Angel Foronda Calle/ Archivo Lunangel

Defender lo que nos distingue

El Carnaval de Oruro se engrandece cuando integra y reconoce sus tradiciones, no cuando las limita. La cueca en la diablada no es un adorno ni un capricho, sino una expresión patrimonial que refuerza nuestra identidad cultural. Defenderla significa garantizar que las futuras generaciones de diablos y diablas sigan encontrando en ese instante dominical un motivo de orgullo y pertenencia.

El mundo mira a Oruro porque allí se celebra un patrimonio auténtico y diverso. La cueca en la diablada es parte de esa autenticidad. Preservarla no solo honra la memoria de quienes la impulsaron, sino que asegura que el Carnaval siga siendo lo que siempre ha sido: un ritual vivo, profundamente nuestro, y al mismo tiempo abierto al reconocimiento universal. Dejaré para otro momento la reflexión de otras restricciones que están afectando a la riqueza coreográfica de nuestra Diablada, por ejemplo el denominado “paso de retorno” o lo que otros también conocen como “ir a recoger la banda”, sin duda habrá que buscar equilibrios y no afectar a la riqueza de una de nuestras danzas icónicas.


La cueca es patrimonio de la danza de la diablada del Carnaval de Oruro
Foto: Miguel Angel Foronda Calle/ Archivo Lunangel










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